He comprendido que no existe el bien o el mal, el ser o el estar cuando no lo estamos jugando en plural. Dormir, renacer, y a despertar otra vez.
Y ¿para qué sirve pensar? Si eso sólo empeora las cosas, las hace alargarse, posponerse o bien que nunca lleguen. Es mejor la espontaneidad de un beso infligido, de una caricia robada, de una mirada furtiva, de nuestros actos tan crueles a la vez que tan bellos, porque poesía es lo que me mueve y cómo lo hace, por lo que inspira, lo que respiro, simplemente lo que vivo.
Llego a la conclusión que las mejores horas para escribir son de madrugada, a la vuelta de la casa de Morfeo, en el castillo de almohadas, truncando agujas con las pijamas del ensueño, robando el polvo a Peter Panda.
Hoy quisiera decir que el orador se convierte en poeta, que el poeta se queda sin musa, que la musa se va a otra trova, y las cascadas siguen fluyendo, los libros caen al acantilado donde un velociraptor lo agarra y sale huyendo, dejando libre del pecado al furioso riachuelo.
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